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Si el hombre pudiera decir (Luis Cernuda)

 Si el hombre pudiera decir

Luis Cernuda

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Deseo

Por el campo tranquilo de septiembre,
del álamo amarillo alguna hoja,
como una estrella rota,
girando al suelo viene.

Si así el alma inconsciente,
Señor de las estrellas y las hojas,
fuese, encendida sombra,
de la vida a la muerte.

Luis Cernuda: España 1904 - México 1963.

El viaje de Virgilio (Horacio)

 Carminum I, 3 (El viaje de Virgilio)

Horacio

Que la poderosa diosa de Chipre
y los hermanos de Helena, lucientes astros,
y el padre de los vientos te guíen,
y sople el Yápige favorable,
oh nave que me debes a Virgilio, a ti confiado.
Te ruego que lo restituyas incólume
a las regiones Áticas
y conserves así la mitad de mi alma.
De roble y triple acero
estaba rodeado el pecho
de quien atravesó por vez primera
el piélago cruel en frágil balsa,
y no temió los ímpetus del Ábrego
en lucha con los Aquilones,
ni a las Híades tristes,
ni la rabia del Noto,
dueño absoluto del Adriático
que a su gusto levanta o apacigua las olas.
¿Qué cercanía de la muerte infundió miedo
a aquel que con los ojos secos
vio los monstruos nadando,
el mar airado y los infames
arrecifes de Acroceraunia?
En vano un dios prudente
separó la tierra del insociable Océano,
si es que naves impías
surcan prohibidas aguas.
Audaz en perpetrarlo todo,
la raza humana se precipita por el abismo de lo sacrílego;
audaz, el linaje de Jápeto
trajo el fuego a los hombres,
valiéndose de engaños;
y, tras el fuego, arrebatado

Quinto Horacio Flaco: Roma 65  a C.- 8 a C.

He venido para ver (Luis Cernuda)

 He venido para ver

Luis Cernuda

He venido para ver semblantes
amables como viejas escobas,
He venido para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen.

He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí.

He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.

He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
Un día abrí los ojos: he venido.

Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;

Los niñitos de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.

Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.

Luis Cernuda: España 1904 - México 1963.

Espergesia (Cesar Vallejo)

 Espergesia

Cesar Vallejo

César Vallejo


Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha…
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.

Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que mastico… y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben… Y no saben
que la Luz es tísica,
y la sombra gorda…
Y no saben que el misterio sintetiza…
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

César Abraham Vallejo Mendoza: Perú 1892 - Francia 1938
Cesar Vallejo fue poeta y escritor.

Tierra Baldia (Ezra Pound)

 Tierra Baldia

Ezra Pound
1ra. parte: El entierro de los muertos

El mes más cruel es abril, 
porque nutre lilas fuera de la tierra muerta,
 porque mezcla memoria con deseo, 
porque agita apagadas raíces con lluvia primaveral.
Nos calentó el invierno, cubriendo
la tierra con su nieve aliviadora, alimentando
aún algo de vida con tubérculos secos.
Nos sorprendió el verano, sobre el Starnbergersee
con un poco de lluvia; nos detuvimos en la columnata,
y seguimos al sol, hacia el Hofgarten,
y tomamos café, y hablamos una hora.
Y cuando éramos niños, en el hogar del archiduque,
mi primo, él me llevó en trineo, y yo estaba asustada. 
Él dijo: Marie, Marie, ágarrate bien fuerte. 
Montaña, Noche, Desnudo, Ventana, Silencioso,
Cansado, Enfermo, Tierra, y hacia abajo nos fuimos.
Allá en las montañas, qué libre me sentía.
Leo mucho de noche y en invierno voy al sur.
Y he conocido también los brazos, los conozco todos… 
Brazos con pulseras, blancos y desnudos
(pero a la luz de la lámpara con suave y castaña pelusa). 
¿Es el perfume de un vestido
lo que me hace divagar tanto?
Brazos apoyados en una mesa o envueltos en un chal. 
¿Y tengo pues que suponer?
¿Y cómo debería empezar?
¿Debo decir, he ido al caer el día por calles estrechas
y he visto el humo que asciende de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa, 
asomándose a las ventanas…?
Tendría que haber sido un par de pinzas dentadas escabulléndome 
en los fondos de mares silenciosos.
¡Y la tarde que anochece duerme con tanta paz!
Acariciado por largos dedos,
medio dormido… cansado… o finge estar enfermo,
tumbado en el suelo, aquí a nuestro lado.
¿Debería, tras el té y el pastel y los helados,
tener la fuerza para forzar el momento de la crisis?
Pero aunque haya llorado y ayunado, llorado y rezado,
aunque haya visto mi cabeza (un poco calva ya) presentada sobre una
bandeja, no soy ningún profeta; y no es que importe mucho.
He visto titilar el momento de mi grandeza
y he visto al eterno criado tener mi abrigo, aguantándose la risa,
y en fin, me entró miedo.
Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la confitura, el té,
entre la porcelana, en alguna de nuestras charlas,
habría valido la pena,
haber encarado el tema con una sonrisa,
haber metido el universo en una bola
y lanzarla hacia una cuestión comprometida,
decir: Soy Lázaro, he vuelto de entre los muertos,
he vuelto para deciros a todos, os voy a decir a todos….
Si alguien, colocándose un cojín en la cabeza, 
dijera: No es lo que quería decir,
no es esto en absoluto.
¿Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena,
después de los crepúsculos y los patios 
y las calles mojadas,
después de las novelas, las tazas de té, 
después de las faldas que rozan el
suelo, y esto y tanto más?
¡Es imposible expresar lo que quiero decir!
Pero como si una linterna mágica proyectara los nervios
 con dibujos en una pantalla:
«No es esto en absoluto,
no es lo que quería decir, para nada».
¡No! No soy el príncipe Hamlet ni pretendía serlo; 
soy un consejero real, uno que servirá
para hacer avanzar la trama, iniciar una o dos escenas, 
advertir al príncipe; sin duda un peón fácil, deferente, 
contento de ser útil,
político, cauto, minucioso;
muy sentencioso, pero un poco obtuso,
a ratos, de hecho, casi ridículo…
casi, a ratos, el bufón.
Estoy viejo… estoy viejo…
Llevaré doblados los bajos del pantalón.
¿Tendría que peinarme hacia atrás? 
¿Debería comerme un melocotón? 
Llevaré pantalones de franela blanca 
y caminaré por la playa.
He oído a las sirenas cantándose, cara a cara.
No creo que canten para mí.
Las he visto cabalgar hacia el mar sobre las olas 
peinando el cabello blanco de las olas sopladas 
cuando el viento sopla el agua negra y blanca.
habría valido la pena
si alguien, colocándose un cojín o quitándose un chal, 
y volviéndose hacia la ventana, dijera:
Nos hemos demorado en las estancias del mar
con chicas marinas coronadas de algas rojas y pardas
hasta que voces humanas nos despiertan 
y nos hundimos en el agua.

Ezra Weston Loomis Pound: Estados Unidos 1885 - Italia 1972
Fue poeta, ensayista, músico y crítico estadounidense.

Si de mi baja la lira (Garcilaso de la Vega)

 Canción V 

(Fragmento: Si de mi baja la lira)
Garcilaso de la Vega

Si de mi baja lira
Tanto pudiese el son, que en un momento
Aplacase la ira
Del animoso viento,
Y la furia del mar y el movimiento;

Y en ásperas montañas
Con el süave canto enterneciese
Las fieras alimañas,
Los árboles moviese,
Y al son confusamente los trajese;

No pienses que cantado
Sería de mí, hermosa flor de Gnido,
El fiero Marte airado,
A muerte convertido,
De polvo y sangre y de sudor teñido;

Ni aquellos capitanes
En las sublimes ruedas colocados,
Por quien los alemanes
El fiero cuello atados,
Y los franceses van domesticados.

Mas solamente aquella
Fuerza de tu beldad sería cantada,
Y alguna vez con ella
También sería notada
El aspereza de que estás armada;

Y cómo por ti sola,
Y por tu gran valor y hermosura,
Convertida en viola,
Llora su desventura
El miserable amante en su figura.

Hablo de aquel cautivo,
De quien tener se debe más cuidado,
Que está muriendo vivo,
Al remo condenado,
En la concha de Venus amarrado.

Por ti, como solía,
Del áspero caballo no corrige
La furia y gallardía,
Ni con freno le rige,
Ni con vivas espuelas ya le aflige.

Por ti, con diestra mano
No revuelve la espada presurosa,
Y en el dudoso llano
Huye la polvorosa
Palestra como sierpe ponzoñosa.

Por ti, su blanda musa,
En lugar de la cítara sonante,
Tristes querellas usa,
Que con llanto abundante
Hacen bañar el rostro del amante.

Por ti, el mayor amigo
Le es importuno, grave y enojoso;
Yo puedo ser testigo
Que ya del peligroso
Naufragio fui su puerto y su reposo.

Y ahora en tal manera
Vence el dolor a la razón perdida,
Que ponzoñosa fiera
Nunca fue aborrecida
Tanto como yo dél, ni tan temida.

No fuiste tú engendrada
Ni producida de la dura tierra;
No debe ser notada
Que ingratamente yerra
Quien todo el otro de sí destierra.

Hágate temerosa
El caso de Anaxárate, y cobarde,
Que de ser desdeñosa
Se arrepintió muy tarde;
Y así, su alma con su mármol arde.

Estábase alegrando
Del mal ajeno el pecho empedernido,
Cuando abajo mirando
El cuerpo muerto vide
Del miserable amante, allí tendido.

Y al cuello el lazo atado,
Con que desenlazó de la cadena
El corazón cuitado,
Que con su breve pena
Compró la eterna punición ajena.

Sintió allí convertirse
En piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?

Los ojos se enclavaron
En el tendido cuerpo que allí vieron,
Los huesos se tornaron
Más duros y crecieron,
Y en sí toda la carne convirtieron;

Las entrañas heladas
Tornaron poco a poco en piedra dura;
Por las venas cuitadas
La sangre su figura
Iba desconociendo y su natura;

Hasta que finalmente
En duro mármol vuelta y trasformada,
Hizo de sí la gente
No tan maravillada
Cuanto de aquella ingratitud vengada.

No quieras tú, señora,
De Némesis airada las saetas
Probar, por Dios, ahora;
Baste que tus perfectas
Obras y hermosura a los poetas

Den inmortal materia,
Sin que también en verso lamentable
Celebren la miseria
De algún caso notable
Que por ti pase triste y miserable.

Garcilaso de la Vega: España 1491 - Francia 1536
Fue un poeta y militar español del Siglo de Oro.​​ 

El gaucho Martín Fierro (José Hernández)

 El gaucho Martín Fierro

José Hernández

Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estraordinaria,
como la ave solitaria 
con el cantar se consuela.

Pido a los Santos del Cielo
que ayuden mi pensamiento,
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia 
me refresquen la memoria,
y aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
que la lengua se me añuda 
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en esta ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,
con famas bien obtenidas, 
y que después de alquiridas
no las quieren sustentar
parece que sin largar
se cansaron en partidas.

Mas ande otro criollo pasa 
Martín Fierro ha de pasar,
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan;
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar. 

Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
y cantando he de llegar
al pie del Eterno Padre-
dende el vientre de mi madre 
vine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra
el cantar mi gloria labra
y poniéndome a cantar, 
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento
como si soplara el viento 
hago tiritar los pastos
con oros, copas y bastos,
juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao,
mas si me pongo a cantar 
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando;
las coplas me van brotando
como agua de manantial.

Con la guitarra en la mano 
ni las moscas se me arriman,
naides me pone el pie encima,
y cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
y llorar a la bordona. 

Yo soy toro en mi rodeo
y toraso en rodeo ageno,
siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar,
salgan otros a cantar 
y veremos quién es menos.

No me hago al lao de la güeya
aunque vengan degollando,
con los blandos yo soy blando
y soy duro con los duros, 
y ninguno, en un apuro
me ha visto andar titubiando.

En el peligro ¡qué Cristos!
el corazón se me enancha
pues toda la tierra es cancha, 
y de esto naides se asombre,
el que se tiene por hombre
ande quiera hace pata ancha.

Soy gaucho, y entiendanló
como mi lengua lo esplica, 
para mí la tierra es chica
y pudiera ser mayor,
ni la víbora me pica
ni quema mi frente el Sol.

Nací como nace el peje 
en el fondo de la mar,
naides me puede quitar
aquello que Dios me dio
lo que al mundo truje yo
del mundo lo he de llevar. 

Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del Cielo,
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir;
y naides me ha de seguir 
cuando yo remonto el vuelo.

Yo no tengo en el amor
quien me venga con querellas,
como esas aves tan bellas
que saltan de rama en rama
yo hago en el trébol mi cama,
y me cubren las estrellas.

Y sepan cuantos me escuchan
de mis penas el relato
que nunca peleo ni mato 
sino por necesidá;
y que a tanta alversidá
sólo me arrojó el mal trato.

Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido 
que fue buen padre y marido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.

José Rafael Hernández,  Buenos Aires, Argentina: 21 de octubre de 1886  10 de noviembre de 1834, fue poeta, político, periodista y militar.

Bendición (Charles Baudelaire)

 Bendición

Charles Baudelaire

Cuando, por un decreto de las potencias supremas,
El Poeta aparece en este mundo hastiado,
Su madre espantada y llena de blasfemias
Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:

¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,
Antes que amamantar esta irrisión!
¡Maldita sea la noche de placeres efímeros
En que mi vientre concibió mi expiación!

Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres
Para ser el asco de mi triste marido,
Y como yo no puedo arrojar a las llamas,
Como una esquela de amor, este monstruo esmirriado,

¡Yo haré rebotar tu odio que me agobia
Sobre el instrumento maldito de tus perversidades,
Y he de retorcer tan bien este árbol miserable,
Que no podrán retoñar sus brotes apestados!”

Ella vuelve a tragar la espuma de su odio,
Y, no comprendiendo los designios eternos,
Ella misma prepara en el fondo de la Gehena
Las hogueras consagradas a los crímenes maternos.

Sin embargo, bajo la tutela invisible de un Ángel,
El Niño desheredado se embriaga de sol,
Y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,
Encuentra la ambrosía y el néctar bermejo.

El juega con el viento, conversa con la nube,
Y se embriaga cantando el camino de la cruz;
Y el Espíritu que le sigue en su peregrinaje
Llora al verle alegre cual pájaro de los bosques.

Todos aquellos que él quiere lo observan con temor,
O bien, enardeciéndose con su tranquilidad,
Buscan al que sabrá arrancarle una queja,
Y hacen sobre El el ensayo de su ferocidad.

En el pan y el vino destinados a su boca
Mezclan la ceniza con los impuros escupitajos;
Con hipocresía arrojan lo que él toca,
Y se acusan de haber puesto sus pies sobre sus pasos.

Su mujer va clamando en las plazas públicas:
“Puesto que él me encuentra bastante bella para adorarme,
Yo desempeñaré el cometido de los ídolos antiguos,
Y como ellos yo quiero hacerme redorar;

¡Y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra,
De genuflexiones, de viandas y de vinos,
Para saber si yo puedo de un corazón que me admira
Usurpar riendo los homenajes divinos!

Y, cuando me hastíe de estas farsas impías,
Posaré sobre él mi frágil y fuerte mano;
Y mis uñas, parecidas a garras de arpías,
Sabrán hasta su corazón abrirse un camino.

Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita,
Yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno,
Y, para saciar mi bestia favorita,
Yo se lo arrojaré al suelo con desdén!”

Hacia el Cielo, donde su mirada alcanza un trono espléndido,
El Poeta sereno eleva sus brazos piadosos,
Y los amplios destellos de su espíritu lúcido
Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:

- ¡Trono,Santa,Bendito seas, mi Dios, que dais el sufrimiento
Como divino remedio a nuestras impurezas
Y cual la mejor y la más pura esencia
Que prepara los fuertes para las santas voluptuosidades!

Yo sé que reservarás un lugar para el Poeta
En las filas bienaventuradas de las Santas Legiones,
Y que lo invitarás para la eterna fiesta
De los Tronos, de las Virtudes, de las Dominaciones.

Yo sé que el dolor es la nobleza única
Donde no morderán jamás la tierra y los infiernos,
Y que es menester para trenzar mi corona mística
Imponer todos los tiempos y todos los universos.

Pero las joyas perdidas de la antigua Palmira,
Los metales desconocidos, las perlas del mar,
Por vuestra mano engastados, no serían suficientes
Para esa hermosa Diadema resplandeciente y diáfana;

Porque no será hecho más que de pura luz,
Tomada en el hogar santo de los rayos primitivos,
Y del que los ojos mortales, en su esplendor entero,
No son sino espejos oscurecidos y dolientes!”


Charles Baudulaire: Francia 1821 - 1867.

Charles Pierre Baudelaire: incluido en los poetas malditos de Francia.


Confesión (Charles Baudelaire)

 Confesión

Charles Baudelaire

Una vez, una sola, mujer dulce y amable,
En mi brazo el vuestro pulido
Se apoyó sobre del denso fondo de mi alma
Ese recuerdo no ha palidecido;

Era tarde; al igual que una medalla nueva,
La Luna llena apareció,
Y la solemnidad nocturna, como un río,
Sobre París dormido se extendía.

Los gatos, por debajo de las puertas de coches,
Deslizábanse furtivos
El oído al acecho o, como sombras caras,
Nos seguían despacio.

Y de súbito, en medio de aquella intimidad,
Abierta en la luz pálida,
De Vos, rico y sonoro instrumento en que vibra
La más luminosa alegría,

De vos, clara y alegre igual que una fanfarria
En la mañana chispeante,
Una quejosa nota, una insólita nota
Vacilante se escapó,

Como un niño sombrío, horrible y enfermizo
Que a su familia avergonzara,
Y al que durante años, para ocultarlo al mundo,
En una cueva habría encerrado.

Vuestra discorde nota, ¡mi pobre ángel! cantaba:
«Que aquí abajo nada es firme,
Y que siempre, aunque mucho se disfrace,
El egoísmo humano se traiciona;

Que es un oficio duro el de mujer hermosa
Y que es más bien tarea banal,
De la loca y helada bailarina fijada
En maquinal sonrisa;

Que fiar en corazones es algo bien estúpido;
Que es todo trampa, belleza y amor,
Y al final el Olvido los arroja a un cesto
¡Y los torna a la Eternidad!»

Esa luna encantada evoqué con frecuencia,
Ese silencio y esa languidez,
Y aquella confidencia penosa, susurrada
Del corazón en el confesionario.

Charles Baudulaire: Francia 1821 - 1867.

Charles Pierre Baudelaire: incluido en los poetas malditos de Francia.


Alegoría (Charles Baudelaire)

 Alegoría

Charles Baudelaire

Ésta es una mujer de rotunda cadera
que permite en el vino mojar su cabellera.
Las garras del amor , las mismas del granito.
Se ríe de la muerte y la depravación,
y, a pesar de su fuerte poder de destrucción,
las dos han respetado hasta ahora, en verdad,
de su cuerpo alto y firme la altiva majestad.

Anda como una diosa y tiende sultana,
siente por el placer fe mahometana.
Y cuando abre los brazos, sus pechos soberanos
demanda la mirada de todos los humanos.

Ella sabe, ella sabe, ¡oh doncella infecunda!,
necesaria, no obstante a la caterva inmunda,
que la beldad del cuerpo es un sublime don
que de cualquier infamia asegura el perdón.

Ella ignora el infierno y purgatorio ignora,
y mirará por eso, cuando le llegue la hora,
la cara de la muerte en un tan duro momento,
como un niño: sin odio sin remordimiento.

Charles Baudulaire: Francia 1821 - 1867.

Charles Pierre Baudelaire: incluido en los poetas malditos de Francia.

Soneto 1 y 2 (William Shakespeare)​

 Soneto 1

William Shakespeare ​

Queremos que propaguen, las más bellas criaturas,
su especie, porque nunca, pueda morir la rosa
y cuando el ser maduro, decaiga por el tiempo
perpetúe su memoria, su joven heredero.

Pero tú, dedicado a tus brillantes ojos,
alimentas la llama, de tu luz con tu esencia,
creando carestía, donde existe abundancia.
Tú, tu propio enemigo, eres cruel con tu alma.

Tú, que eres el fragante, adorno de este mundo,
la única bandera, que anuncia primaveras,
en tu propio capullo, sepultas tu alegría
y haces, dulce tacaño, derroche en la avaricia.

Apiádate del mundo, o entre la tumba y tú,
devoraréis el bien que a este mundo se debe.

Soneto 2

Cuando cuarenta inviernos, pongan cerco a tu frente
y caven hondos surcos, en tu bello sembrado,
tu altiva juventud, que admira este presente,
será una prenda rota, con escaso valor.

Y cuando te pregunten: ¿dónde está tu belleza?
¿Dónde todo el tesoro de tus mejores días?
El decir que en el fondo, de tus hundidos ojos,
será venganza amarga y elogio innecesario.

¡Qué halago más valdría, al usar tu belleza,
si responder pudieras: «Este hermoso hijo mío,
ha de saldar mi cuenta y excusará mi estado»,
mostrándose heredero, de tu propia belleza!

Será cual renovarte, cuando te encuentres viejo
y ver tu sangre ardiente, cuando la sientas fría.

William Shakespeare: Inglaterra 1564 - 1616
Fue un dramaturgo, poeta y actor inglés, conocido como el Bardo de Avon.

Al señor Cyriac Skinner sobre su ceguera (John Milton)

 Al señor Cyriac Skinner sobre su ceguera

John Milton
Tres años ya mis ojos, que se abrieron
a ese mundo exterior sin mancha alguna,
privados de la luz y la fortuna,
se olvidaron de ver lo que antes vieron.

Ya sol, luna y estrellas se perdieron,
hombre y mujer. Disputa inoportuna:
contra el poder del cielo no hay ninguna
razón, sino bogar donde otros fueron.

¿Y preguntas aun qué me sostiene?
La conciencia de haberlos empleado
en libertad, que es noble causa mía,

de lo que toda Europa hablando viene.
Esto del mundo vano me ha salvado:
ser ciego mas feliz. No hay mejor guía.

John Milton, Inglaterra 1608 - 1674.
Está considerado uno de los mejores poetas en lengua inglesa

El paraíso perdido (John Milton)

 El paraíso perdido

John Milton

Si eres aquél ¡Cuán caído y diferente
Te ves de aquél que, en los felices reinos
De la luz, y con trascendente brillo,
Eclipsaba a ángeles a millares
Por más que esplendorosos!… Si eres aquél
Que en mutua alianza, consejo y pensamiento
Unidos, esperanza y riesgo iguales,
En la gloriosa empresa te juntaste
Conmigo aquella vez, el infortunio
Ahora en igual ruina nos enlaza;
En qué abismo caímos de la altura,
Ya lo ves, tanto más poderoso
Él demostró que era con su rayo,
Y hasta entonces ¿quién conocer podía
La fuerza de aquellas terribles armas?
Con todo, ni por ellas ni por cuanto
El fuerte Vencedor pueda infligirnos
Con su ira me arrepiento yo ni cambio,
Aunque haya cambiado el lustre externo,
Aquel firme propósito y altivo
Desdén, sensible al mérito ofendido,
Que a contender con Dios me levantó,
Arrastrando hacia la feroz batalla
Un incontable ejército de espíritus
Que a despreciar su reino se atrevieron,
Y a mí me prefirieron y enfrentaron
Con adverso poder al del más alto
En incierto combate en las llanuras
Del Cielo, y su trono sacudieron.
¿Qué importa que el combate se perdiera?
No todo se ha perdido; la indomable
Voluntad y las ansias de venganza,
El odio inmortal, el valor firme
Que nunca es sometido ni se rinde
¿En qué consiste, pues, no ser vencido?
Esta gloria jamás su ira y potencia
Arrancarán de mí. Doblarme y suplicar
Su gracia de rodillas ensalzado
El poder del que el terror de este brazo
Poco ha puso en peligro su imperio.
Sería humillación, una ignominia
Y vergüenza peor que esta caída;
Ya que por sino ni el poder de dioses
Ni esta empírea substancia fallar puede;
Ya que con la experiencia de este encuentro,
En armas no inferiores y teniendo
Más previsión y una mayor confianza
Podemos sostener con fuerza o fraude
Una eterna, irreconciliable guerra
Contra nuestro Enemigo que hoy triunfante
En exceso de dicha, reina solo
Y detenta la tiranía del Cielo.


John Milton, Inglaterra 1608 - 1674.
Está considerado uno de los mejores poetas en lengua inglesa

Sweeney entre los ruiseñores (T. S. Eliot)

 Sweeney entre los ruiseñores

T. S. Eliot

Sweeney cuello de simio extiende sus rodillas
Descolgando sus manos para reír,
Hinchándose hasta parecer Jirafa
Los círculos de la luna tormentosa
Se deslizan hacia el este, hacia el río de la Plata.
La Muerte y el cuerpo se desvían arriba
Y Sweeney guarda los pórticos encornados.
El tenebroso Orión y el perro
Están velados; y calmados los estremecidos mares;
La persona en la capa española
Trata de sentarse sobre las rodillas de Sweeney;
Resbala y empuja el mantel de la mesa
Vuelca una taza de café
Se reorganiza en el suelo
Bosteza y se sube una media;
El hombre silencioso vestido de marrón moka
Se deja caer en el alfeizar de la ventana y bosteza;
El camarero trae naranjas
Bananas, higos y uvas de invernadero;
El silencioso vertebrado marrón
Se contrae y concentra, se quita.

Rachel Née Rabinovich
Arranca las uvas con garras asesinas;
Ella y la dama en la capa
son sospechosas, se piensa están ligadas;
Por lo tanto el hombre con ojos pesados
Rechaza el gambito, muestra fatiga;
Deja el cuarto y reaparece
Fuera de la ventana, inclinándose
Ramas de glicinas
Circunscriben una mueca dorada.
El anfitri6n conversa con alguien indistinto
Conversa aparte en la puerta,
Los ruiseñores están cantando cerca
Del convento del Sagrado Corazón
Y cantaron dentro de la arboleda sangrienta
Cuando Agamenón gritó
Y dejaron caer su líquido dividido
Para mancillar el duro, deshonrado sudario.

T S Eliot: Inglaterra 1888 – 1915
Thomas Stearns Eliot, conocido como T. S. Eliot, fue un poeta, dramaturgo y crítico literario británico - estadounidense.

La Canción de Amor de J. Alfred Prufrock (T. S. Eliot)

 La Canción de Amor de J. Alfred Prufrock

T. S. Eliot

Vamos pues tú y yo,
cuando la tarde se estira contra el cielo
como un paciente anestesiado sobre una mesa;
vamos pues, a través de ciertas calles semidesiertas,
los susurrantes asilos
de noches inquietas en baratos hoteles de una noche
y restaurantes de aserrín con conchas de ostras:
Calles que siguen como un argumento tedioso
de intención engañosa
para conducirte a una pregunta agobiante…
Oh, no preguntes, “¿Qué es?”
Vamos pues y hagamos nuestra visita.
En el cuarto las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

La neblina amarilla que frota su espalda contra el cristal de la ventana,
el humo amarillo que frota su hocico contra el cristal de la ventana,
lamió su lengua en los rincones de la tarde,
se demoró sobre los pozos que permanecen en los desagües,
dejó caer sobre su espalda el hollín que cae de las chimeneas,
se deslizó por la terraza, dio un salto repentino,
y viendo que era una suave tarde de octubre,
se enredó alrededor de la casa y se quedó dormida.
Y en verdad habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza a lo largo de la calle
frotando su espalda sobre los cristales de la ventana;
habrá tiempo, habrá tiempo
de preparar un rostro para encontrar los rostros que encuentres;
habrá tiempo para asesinar y crear,
y tiempo para todas las obras y los días de manos
que levantan y dejan caer una pregunta en tu plato;
tiempo para ti y tiempo para mí,
y un tiempo aun para un ciento de indecisiones,
y para un ciento de visiones y revisiones,
antes de tornar la tostada y el té.

En el cuarto las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.
Y en verdad habrá tiempo
para preguntarse, “¿Me atrevo?”, y, “¿Me atrevo?”
Tiempo para voltearse y descender la escalera,
con una mancha en el medio de mi pelo
(Ellos dirán: “i Cuán delgados están sus piernas y sus brazos!”)

Mi abrigo mañanero, mi cuello que sube firmemente al mentón,
mi rica y modesta corbata, pero sostenida por un simple alfiler
(Ellos dirán: “i Pero que delgados están sus piernas y sus brazos!”)
¿Me atrevo
a perturbar el universo?
Tiempo,
En un minuto hay tiempo
para decisiones y revisiones que un minuto anulará.
Porque las he conocido todas, todas las he conocido
He conocido las noches las mañanas, y las tardes,
he medido mi vida con cucharitas de café;
conozco las voces muriendo con una caída mortal
bajo la música de un cuarto más lejano.
¿Entonces cómo podría yo presumir?
Y he conocido los ojos ya, todos los he conocido
los ojos que te fijan en una frase formulada,
y cuando estoy formulado, tendido sobre un alfiler,
cuando estoy clavado y estrujado sobre un muro,
¿entonces cómo debería empezar
a escupir todas las colillas de mis maneras y mis días?
¿Y cómo podría entonces presumir?
y he conocido todos los brazos, todos los he conocido
brazos con brazaletes y blancos y desnudos
(Pero a la luz de la lámpara, derribados con claro pelo marrón!)

Es el perfume de un vestido
que me hace tanto divagar?’
Brazos que yacen a lo largo de una mesa, o envueltos alrededor de un chal.
¿Y debería entonces presumir?
¿Y cómo debería empezar?
¿Diré, que he ido en el crepúsculo a través de estrechas calles
y observado el humo que se alza de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa, asomándose por las ventanas?…

Yo debí haber sido un par de garras rotas
barrenando el suelo de mares silenciosos.
Y la tarde, la noche, duerme tan apacible!
Suavizada por largos dedos,
dormida… cansada… o finge,
estirada en el suelo, aquí entre tú y yo.

Debería, después del té, los bizcochos y los helados,
tener la fuerza de forzar el momento hasta su crisis?
Pero aunque he llorado y apresurado, llorado y orado,
aunque he visto mi cabeza (haciéndose ligeramente calva)
traída en una bandeja,no soy profeta, y aquí no hay gran asunto;
he visto el momento de mi grandeza vacilar,
y he visto el eterno Lacayo agarrar mi abrigo, y reír disimuladamente,
y en pocas palabras, tuve miedo.

Y hubiese valido la pena, después de todo,
después de las tasas~ la mermelada, el té,
entre porcelana, entre alguna conversación entre tú y yo,
hubiese valido la pena,
haber penetrado el asunto con una sonrisa,
haber comprimido el universo en una bola
y hacerla rodar hacia alguna pregunta abrumadora,

Decir: “Soy Lázaro, vengo de los muertos,
vengo a decírtelo todo, todo te lo diré”.
Si uno poniéndose una almohada en su cabeza,
Dijese: “Eso no es lo que quise decir del todo.
No es esto de ninguna manera.”
Y hubiese valido la pena, después de todo,
hubiese valido la pena mientras tanto.
después de las puestas de sol y de entrada los patios de y las calles lloviznadas,
después de las novelas, después de las tazas de té, después de las faldas que se arrastran a lo largo del suelo y esto y tanto más?

Es imposible decir lo que quiero decir!
Pero como si una linterna mágica lanzara los nervios en figura sobre la pantalla: hubiese valido la pena
si uno, colocando una almohada o quitándose una manta,
y volteándose hacia la ventana, dijera:
“No es esto de ningún modo,
No es esto lo que quería decir, de ningún modo.”
No! No soy el príncipe Hamlet ni he pretendido serlo;
soy un señor asistente, alguien a quien bastará
avanzar, comenzar una escena o dos,
aconsejar al príncipe; sin duda, una herramienta fácil,
deferente, alegre de ser usada,
política, cuidadosa y meticulosa;
lleno de alta sentencia, pero un poco obtuso,
a veces, en verdad, algo ridículo casi, a veces, el Tonto.

Envejezco… Envejezco…
Llevaré arremangados los ruedos de mis pantalones.
¿Me partiré el pelo delante? Me atreveré a comer un durazno?
Me pondré pantalones blancos de franela y caminaré sobre la playa.
He oído las sirenas cantándose recíprocamente.
No pienso que me canten a mí.
Las he visto cabalgando hacia el mar sobre las olas
peinando el pelo blanco de las olas sopladas hacia atrás
cuando el viento sopla el agua blanca y negra.
Nos hemos detenido en las cámaras del mar
por niñas marinas adornadas con algas marinas rojas y marrones
hasta que voces humanas nos despiertan, y nos ahogamos.

T S Eliot: Inglaterra 1888 – 1915
Thomas Stearns Eliot, conocido como T. S. Eliot, fue un poeta, dramaturgo y crítico literario británico - estadounidense.

Cancionero: Canzoniere: Sonetos: CXXXIV y soneto LXI (Francesco Petrarca)

   Cancionero:  Canzoniere: soneto LXI Francesco Petrarca Bendito sea el año, el mes, el día, la estación, la hora, el instante, el país, el...