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Tengo sed sobre la lluvia (Laure Gautier)

 Tengo sed sobre la lluvia

Laure Gautier

Llueve aún sobre rodez
una lluvia conocida
casi tibia una lluvia
fuera de temporada
Llueve siempre en rodez
una lluvia sin estación
unas gotas que caen
rebotan
como el blues
invariablemente
Sin duda recuerdas
el agua tersa y suave
cerca del granito rosa
que cae cantando
que cae exactamente
como notas azules
mirando

Aún no anochece en rodez
Entre azul y buenas noches
llueve una lluvia inútil
una lluvia fuera de temporada
¡Hablémoslo!

Precisamente
una lluvia sin tormenta,
sin nube,
una lluvia sin fuerza, de paisaje
que no está más,
de naturaleza arruinada, húmeda.
Es como un poema blando y dulce,
un poema íntimo, la lluvia fuera de temporada
moja turista.

Ni siquiera el anti-monzón,
una lluvia con alas
que arrincona a los turistas bajo las tiendas,
una lluvia de consumo
algunas veces funciona
asomarse a los escaparates, aprovechar los saldos
acaparar, acumular, ¿y si mejor la dejamos ahí?
Busco la nube que provocó la mojada,
la busco sin encontrarla.
No tengo nada que hacer sino dejar que llueva.
Tengo sed bajo la lluvia,
la lluvia del agua que no bebemos,
se bebe toda, sin vergüenza,
en plástico almacenado.
Tengo sed bajo la lluvia.
Hoy todo está dicho.

Llueve en rodez
mientras que en otros lados hay fuego
el mundo arde cuando llueve
la prueba es que hay de lluvias a lluvias
falsificaciones.

La tierra no huele
sin nube ni tormenta
la tierra no huele
sin embargo
me gustaría escarbarla como los perros
escarbarla y ver
una verde señal desenterrada
de lo futuro.


Laure Gautier, nació en 1972, Francia

A la nave (Andrés Bello)

 A la nave

Andrés Bello

¿Qué nuevas esperanzas al mar te llevan? 
Torna,
torna, atrevida nave,
a la nativa costa.

Aún ves de la pasada
tormenta mil memorias,
¿y ya a correr fortuna
segunda vez te arrojas?

Sembrada está de sirtes
aleves tu derrota,
do tarde los peligros
avisará la sonda.

¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,
mientras el mar las conchas
de la ribera halaga
con apacibles olas.

Presto erizando cerros
vendrá a batir las rocas,
y náufragas reliquias
hará a Neptuno alfombra.

De flámulas de seda
la presumida pompa
no arredra los insultos
de tempestad sonora.

¿Qué valen contra el Euro,
tirano de las ondas,
las barras y leones
de tu dorada popa?

¿Qué tu nombre, famoso
en reinos de la aurora,
y donde al sol recibe
su cristalina alcoba?

Ayer por estas aguas,
segura de sí propia,
desafiaba al viento
otra arrogante proa;

Y ya, padrón infausto
que al navegante asombra,
en un desnudo escollo
está cubierta de ovas.

¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo
no tuerces? ¿Orgullosa
descoges nuevas velas,
y sin pavor te engolfas?

¿No ves, ¡oh malhadada!
que ya el cielo se entolda,
y las nubes bramando
relámpagos abortan?

¿No ves la espuma cana,
que hinchada se alborota,
ni el vendaval te asusta,
que silba en las maromas?

¡Vuelve, objeto querido
de mi inquietud ansiosa;
vuelve a la amiga playa,
antes que el sol se esconda!

Andrés Bello, 1781, Venezuela - 1865, Chile.

Si el hombre pudiera decir (Luis Cernuda)

 Si el hombre pudiera decir

Luis Cernuda

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Deseo

Por el campo tranquilo de septiembre,
del álamo amarillo alguna hoja,
como una estrella rota,
girando al suelo viene.

Si así el alma inconsciente,
Señor de las estrellas y las hojas,
fuese, encendida sombra,
de la vida a la muerte.

Luis Cernuda: España 1904 - México 1963.

La tempestad (Virgilio)

 La tempestad (Eneida)

 Publio Virgilio Marón

Dicho esto, golpea con la punta del cetro
la hueca montaña. Los vientos, en columna,
se precipitan por la puerta que se les ha abierto.
Soplando en torbellino por las tierras, llegan
al mar, se abaten sobre él, lo conmueven
desde sus más profundos cimientos: son el Euro
y el Noto y el Ábrego preñado de tempestades,
y todos juntos hacen que las olas se hinchen y crezcan,
rompiendo con violencia en las costas.
Los hombres gritan y sus voces se mezclan
con el crujido de los cables. Las nubes, de repente,
oscurecen el cielo y arrebatan la luz a los troyanos.

Una lóbrega noche se cierne sobre el mar.
Truenan los cielos. El éter brilla y centellea.
Todo anuncia una muerte inminente para los navegantes.
Se le hielan los miembros a Eneas; gime y, alzando
las dos manos arriba, a las estrellas, grita:
«¡Oh tres veces, y cuatro, afortunados los hombres
a quienes cupo en suerte morir al pie de Troya,
ante los altos muros de la ciudad de Príamo!
¡Oh tú, el más valeroso de los dánaos, Diomedes,
hijo de Tideo! ¡Ojalá hubiera yo sucumbido
en los campos de Ilion, privado de la vida
bajo tus golpes, allí donde entregó Héctor el alma,
derribado por la lanza del eácida, allí donde cayó
el gigantesco Sarpedón, donde el río Simunte
arrebató tantos escudos de héroes, tantos yelmos,
tantos cuerpos hermosos y esforzados!»

Mientras habla, la tempestad se recrudece.
Una violenta ráfaga de viento hiere el velamen
y levanta las olas hasta el cielo.
Se quiebran los remos, la proa gira
y ofrece su costado al agua. Todo un monte
marino se desploma sobre la nave. Algunos marineros
se ven colgados de la cumbre de esa montaña líquida,
y otros visitan el abismo entre las grietas de la ola,
el fondo donde las arenas son furiosamente azotadas.
Tres naves arrebata el Noto, arrojándolas
sobre ciertos escollos llamados Aras por los latinos,
a modo de monstruosas espaldas en la superficie del mar.
A otras tres arrebata el Euro, y las empuja
a los bajíos y a las sirtes, ¡lamentable espectáculo!,
y las hace encallar en los vados y las rodea
con un muro de arena. Sobre una, en la que viajaban
el fiel Orantes y los licios, descargó con gran furia
el mar, bajo los mismos ojos de Eneas; y el piloto
cayó en el agua, y, por tres veces, una ola enorme
juega con la nave, hasta que el remolino la devora.

Sobre el inmenso abismo nadan, raros, los náufragos.
Se distinguen entre la espuma tablas de navio,
y tesoros de Troya, y armas dispersas de los héroes.
Ya ha vencido la tempestad a la flota de Eneas:
ha terminado con la nave de Acates, el valiente,
y con la del fuerte Ilioneo, y con aquella otra
que transportaba a Abante, y con la del decrépito Aleles.
La armazón de los flancos se deshace,
y el agua hostil entra a raudales por las grietas
de los navíos. La tempestad arrecia.

Publio Virgilio Marón, Roma, 70-19 a de C.x

Ojos astrales (José Hernández)

x   José Hernández Si Dios un día, cegara toda fuente de luz, el universo se alumbraría con esos ojos que tienes tú. Pero si lleno de  agrio...