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Nocturno (Julio Cortázar)

 Nocturno

Julio Cortázar

Tengo esta noche las manos negras,
 el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.

En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.

Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.

Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.

Julio Cortázar: Bélgica 1914, Francia 1984.

Evocación de la ciudad muerta (Abraham Valdelomar)

 Evocación de la ciudad muerta

Abraham Valdelomar

Por la ciudad en ruinas todo invita al olvido,
los viejos portalones, la gran plaza desierta
y el templo abandonado… La ciudad se ha dormido.
¡No hagáis ruido! Parece como que se despierta…

Una sombra se esfuma tras los viejos casones
y se pierde en el templo, donde ha muerto el ruido
de los lánguidos kyries y de las oraciones.
En medio del silencio de sus meditaciones
la ciudad se ha dormido…

Las escalas de mármol que ascendieran antaño
los nobles con escudos de lises y de estrellas,
oculto desde entonces tienen cada peldaño
y ahora —¡pobres escalas!— nadie sube por ellas.

Las sombras de las damas, las de venas azules
y manos transparentes, cuando agoniza el día,
lloran en los palacios decorados de gules
la tristeza infinita de las salas, vacía.

Y quedan los recuerdos que son como trofeos:
sedosos miriñaques y mitones bordados,
calados abanicos y griegos camafeos
que plegaran las vestes de los hombres rosados.

Y los trajes sedosos, brillantes como soles
que las damas lucieran en noches virreynales
enhebrados en perlas, con luces tornasoles,
largos, como las colas de los pavos reales…

Pasa, sin hacer ruido, llevando a un caballero
bajo el arco que forman los frisos de la puerta,
la calesa que guía el viejo calesero
por la empolvada ruta de la calle desierta.

Y marchan en silencio con la luna de estío
hacia el viejo palacio de los Inquisidores…
La luna, castamente se copia sobre el río
y se disipan estos cuadros evocadores.

Por la ciudad en ruinas todo invita al olvido,
los viejos portalones, la gran plaza desierta
y el templo abandonado… La ciudad se ha dormido.

¡No hagáis ruido! Parece como que se despierta…

Abraham Valdelomar: Ica, Perú, 1888 - Ayacucho, Perú, 1919

Confesión (Charles Baudelaire)

 Confesión

Charles Baudelaire

Una vez, una sola, mujer dulce y amable,
En mi brazo el vuestro pulido
Se apoyó sobre del denso fondo de mi alma
Ese recuerdo no ha palidecido;

Era tarde; al igual que una medalla nueva,
La Luna llena apareció,
Y la solemnidad nocturna, como un río,
Sobre París dormido se extendía.

Los gatos, por debajo de las puertas de coches,
Deslizábanse furtivos
El oído al acecho o, como sombras caras,
Nos seguían despacio.

Y de súbito, en medio de aquella intimidad,
Abierta en la luz pálida,
De Vos, rico y sonoro instrumento en que vibra
La más luminosa alegría,

De vos, clara y alegre igual que una fanfarria
En la mañana chispeante,
Una quejosa nota, una insólita nota
Vacilante se escapó,

Como un niño sombrío, horrible y enfermizo
Que a su familia avergonzara,
Y al que durante años, para ocultarlo al mundo,
En una cueva habría encerrado.

Vuestra discorde nota, ¡mi pobre ángel! cantaba:
«Que aquí abajo nada es firme,
Y que siempre, aunque mucho se disfrace,
El egoísmo humano se traiciona;

Que es un oficio duro el de mujer hermosa
Y que es más bien tarea banal,
De la loca y helada bailarina fijada
En maquinal sonrisa;

Que fiar en corazones es algo bien estúpido;
Que es todo trampa, belleza y amor,
Y al final el Olvido los arroja a un cesto
¡Y los torna a la Eternidad!»

Esa luna encantada evoqué con frecuencia,
Ese silencio y esa languidez,
Y aquella confidencia penosa, susurrada
Del corazón en el confesionario.

Charles Baudulaire: Francia 1821 - 1867.

Charles Pierre Baudelaire: incluido en los poetas malditos de Francia.


Bajo la lluvia (Juana de Ibarbourou)

 Bajo la lluvia

Juana de Ibarbourou

¡Cómo resbala el agua por mi espalda!
¡Cómo moja mi falda,
y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
Llueve, llueve, llueve,
y voy, senda adelante,
con el alma ligera y la cara radiante,
sin sentir, sin soñar,
llena de la voluptuosidad de no pensar.

Un pájaro se baña
en una charca turbia; mi presencia le extraña,
se detiene… me mira… nos sentimos amigos…
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!

Después es el asombro
de un labriego que pasa con su azada al hombro
y la lluvia me cubre de todas las fragancias
de los setos de octubre.
Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado
como un maravilloso y estupendo tocado
de gotas cristalinas, de flores deshojadas
que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.
Y siento, en la vacuidad
del cerebro sin sueño, la voluptuosidad
del placer infinito, dulce y desconocido,
de un minuto de olvido.
Llueve, llueve, llueve,
y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.

Contra un juez avaro (Fray Luis de León)

 Contra un juez avaro

 Fray Luis de León

Aunque en ricos montones
levantes el cautivo inútil oro;
y aunque tus posesiones
mejores con ajeno daño y lloro;

y aunque cruel tirano
oprimas la verdad, y tu avaricia,
vestida en nombre vano,
convierta en compra y venta la justicia;

aunque engañes los ojos
del mundo a quien adoras: no por tanto
no nacerán abrojos
agudos en tu alma; ni el espanto

no velará en tu lecho;
ni huirás la cuita y agonía,
el último despecho;
ni la esperanza buena en compañía

del gozo tus umbrales
penetrará jamás; ni la Meguera,
con llamas infernales,
con serpentino azote la alta y fiera

y diestra mano armada,
saldrá de tu aposento sola una hora;
y ni tendrás clavada
la rueda, aunque más puedas, voladora

del Tiempo hambriento y crudo,
que viene, con la muerte conjurado,
a dejarte desnudo
del oro y cuanto tienes más amado;
y quedarás sumido
en males no finibles y en olvido.


Fray Luis de León, España, 1527 -  1591.

Si alguien llama a tu puerta (Gabriel García Márquez)

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