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Verde que te quiero verde (Gustavo Adolfo Bécquer)

 Verde que te quiero verde

Gustavo Adolfo Bécquer


Gustavo Garcia Lorca


Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura,
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con los ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y por dónde?…
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas;
¡Dejadme subir! dejadme
hasta las verdes barandas,
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime,
dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. 
Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

Gustavo Adolfo Becquer, España: 1836 - 1879
Poeta del románticismo español.

La tempestad (Virgilio)

 La tempestad (Eneida)

 Publio Virgilio Marón

Dicho esto, golpea con la punta del cetro
la hueca montaña. Los vientos, en columna,
se precipitan por la puerta que se les ha abierto.
Soplando en torbellino por las tierras, llegan
al mar, se abaten sobre él, lo conmueven
desde sus más profundos cimientos: son el Euro
y el Noto y el Ábrego preñado de tempestades,
y todos juntos hacen que las olas se hinchen y crezcan,
rompiendo con violencia en las costas.
Los hombres gritan y sus voces se mezclan
con el crujido de los cables. Las nubes, de repente,
oscurecen el cielo y arrebatan la luz a los troyanos.

Una lóbrega noche se cierne sobre el mar.
Truenan los cielos. El éter brilla y centellea.
Todo anuncia una muerte inminente para los navegantes.
Se le hielan los miembros a Eneas; gime y, alzando
las dos manos arriba, a las estrellas, grita:
«¡Oh tres veces, y cuatro, afortunados los hombres
a quienes cupo en suerte morir al pie de Troya,
ante los altos muros de la ciudad de Príamo!
¡Oh tú, el más valeroso de los dánaos, Diomedes,
hijo de Tideo! ¡Ojalá hubiera yo sucumbido
en los campos de Ilion, privado de la vida
bajo tus golpes, allí donde entregó Héctor el alma,
derribado por la lanza del eácida, allí donde cayó
el gigantesco Sarpedón, donde el río Simunte
arrebató tantos escudos de héroes, tantos yelmos,
tantos cuerpos hermosos y esforzados!»

Mientras habla, la tempestad se recrudece.
Una violenta ráfaga de viento hiere el velamen
y levanta las olas hasta el cielo.
Se quiebran los remos, la proa gira
y ofrece su costado al agua. Todo un monte
marino se desploma sobre la nave. Algunos marineros
se ven colgados de la cumbre de esa montaña líquida,
y otros visitan el abismo entre las grietas de la ola,
el fondo donde las arenas son furiosamente azotadas.
Tres naves arrebata el Noto, arrojándolas
sobre ciertos escollos llamados Aras por los latinos,
a modo de monstruosas espaldas en la superficie del mar.
A otras tres arrebata el Euro, y las empuja
a los bajíos y a las sirtes, ¡lamentable espectáculo!,
y las hace encallar en los vados y las rodea
con un muro de arena. Sobre una, en la que viajaban
el fiel Orantes y los licios, descargó con gran furia
el mar, bajo los mismos ojos de Eneas; y el piloto
cayó en el agua, y, por tres veces, una ola enorme
juega con la nave, hasta que el remolino la devora.

Sobre el inmenso abismo nadan, raros, los náufragos.
Se distinguen entre la espuma tablas de navio,
y tesoros de Troya, y armas dispersas de los héroes.
Ya ha vencido la tempestad a la flota de Eneas:
ha terminado con la nave de Acates, el valiente,
y con la del fuerte Ilioneo, y con aquella otra
que transportaba a Abante, y con la del decrépito Aleles.
La armazón de los flancos se deshace,
y el agua hostil entra a raudales por las grietas
de los navíos. La tempestad arrecia.

Publio Virgilio Marón, Roma, 70-19 a de C.x

Si de mi baja la lira (Garcilaso de la Vega)

 Canción V 

(Fragmento: Si de mi baja la lira)
Garcilaso de la Vega

Si de mi baja lira
Tanto pudiese el son, que en un momento
Aplacase la ira
Del animoso viento,
Y la furia del mar y el movimiento;

Y en ásperas montañas
Con el süave canto enterneciese
Las fieras alimañas,
Los árboles moviese,
Y al son confusamente los trajese;

No pienses que cantado
Sería de mí, hermosa flor de Gnido,
El fiero Marte airado,
A muerte convertido,
De polvo y sangre y de sudor teñido;

Ni aquellos capitanes
En las sublimes ruedas colocados,
Por quien los alemanes
El fiero cuello atados,
Y los franceses van domesticados.

Mas solamente aquella
Fuerza de tu beldad sería cantada,
Y alguna vez con ella
También sería notada
El aspereza de que estás armada;

Y cómo por ti sola,
Y por tu gran valor y hermosura,
Convertida en viola,
Llora su desventura
El miserable amante en su figura.

Hablo de aquel cautivo,
De quien tener se debe más cuidado,
Que está muriendo vivo,
Al remo condenado,
En la concha de Venus amarrado.

Por ti, como solía,
Del áspero caballo no corrige
La furia y gallardía,
Ni con freno le rige,
Ni con vivas espuelas ya le aflige.

Por ti, con diestra mano
No revuelve la espada presurosa,
Y en el dudoso llano
Huye la polvorosa
Palestra como sierpe ponzoñosa.

Por ti, su blanda musa,
En lugar de la cítara sonante,
Tristes querellas usa,
Que con llanto abundante
Hacen bañar el rostro del amante.

Por ti, el mayor amigo
Le es importuno, grave y enojoso;
Yo puedo ser testigo
Que ya del peligroso
Naufragio fui su puerto y su reposo.

Y ahora en tal manera
Vence el dolor a la razón perdida,
Que ponzoñosa fiera
Nunca fue aborrecida
Tanto como yo dél, ni tan temida.

No fuiste tú engendrada
Ni producida de la dura tierra;
No debe ser notada
Que ingratamente yerra
Quien todo el otro de sí destierra.

Hágate temerosa
El caso de Anaxárate, y cobarde,
Que de ser desdeñosa
Se arrepintió muy tarde;
Y así, su alma con su mármol arde.

Estábase alegrando
Del mal ajeno el pecho empedernido,
Cuando abajo mirando
El cuerpo muerto vide
Del miserable amante, allí tendido.

Y al cuello el lazo atado,
Con que desenlazó de la cadena
El corazón cuitado,
Que con su breve pena
Compró la eterna punición ajena.

Sintió allí convertirse
En piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?

Los ojos se enclavaron
En el tendido cuerpo que allí vieron,
Los huesos se tornaron
Más duros y crecieron,
Y en sí toda la carne convirtieron;

Las entrañas heladas
Tornaron poco a poco en piedra dura;
Por las venas cuitadas
La sangre su figura
Iba desconociendo y su natura;

Hasta que finalmente
En duro mármol vuelta y trasformada,
Hizo de sí la gente
No tan maravillada
Cuanto de aquella ingratitud vengada.

No quieras tú, señora,
De Némesis airada las saetas
Probar, por Dios, ahora;
Baste que tus perfectas
Obras y hermosura a los poetas

Den inmortal materia,
Sin que también en verso lamentable
Celebren la miseria
De algún caso notable
Que por ti pase triste y miserable.

Garcilaso de la Vega: España 1491 - Francia 1536
Fue un poeta y militar español del Siglo de Oro.​​ 

Ojos astrales (José Hernández)

x   José Hernández Si Dios un día, cegara toda fuente de luz, el universo se alumbraría con esos ojos que tienes tú. Pero si lleno de  agrio...