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Oda a la alegría (Friedrich Von Schiller)

 Oda a la alegría

Friedrich Von Schiller

¡Oh amigos, cesad esos ásperos cantos!
Entonemos otros más agradables y
llenos de alegría.
¡Alegría, alegría!

¡Alegría, hermosa chispa de los dioses
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.

Quien haya alcanzado la fortuna
de poseer la amistad de un amigo, quien
haya conquistado a una mujer deleitable
una su júbilo al nuestro.
Sí, quien pueda llamar suya aunque
sólo sea a un alma sobre la faz de la Tierra.
Y quien no pueda hacerlo,
que se aleje llorando de esta hermandad.

Todos los seres beben la alegría
en el seno de la naturaleza,
todos, los buenos y los malos,
siguen su camino de rosas.
Nos dio ósculos y pámpanos
y un fiel amigo hasta la muerte.
Al gusano se le concedió placer
y al querubín estar ante Dios.

Gozosos, como los astros que recorren
los grandiosos espacios celestes,
transitad, hermanos,
por vuestro camino, alegremente,
como el héroe hacia la victoria.

¡Abrazaos, criaturas innumerables!
¡Que ese beso alcance al mundo entero!
¡Hermanos!, sobre la bóveda estrellada
tiene que vivir un Padre amoroso.

¿No vislumbras, oh mundo, a tu Creador?
Búscalo sobre la bóveda estrellada.
Allí, sobre las estrellas, debe vivir.

¡Alegría, hermosa chispa de los dioses
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.

¡Alegría, hermosa chispa de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Alegría, bella chispa divina!
Friedrich Von Schiller 

 

1759-1805,  Alemania.

Si el hombre pudiera decir (Luis Cernuda)

 Si el hombre pudiera decir

Luis Cernuda

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Deseo

Por el campo tranquilo de septiembre,
del álamo amarillo alguna hoja,
como una estrella rota,
girando al suelo viene.

Si así el alma inconsciente,
Señor de las estrellas y las hojas,
fuese, encendida sombra,
de la vida a la muerte.

Luis Cernuda: España 1904 - México 1963.

Al señor Cyriac Skinner sobre su ceguera (John Milton)

 Al señor Cyriac Skinner sobre su ceguera

John Milton
Tres años ya mis ojos, que se abrieron
a ese mundo exterior sin mancha alguna,
privados de la luz y la fortuna,
se olvidaron de ver lo que antes vieron.

Ya sol, luna y estrellas se perdieron,
hombre y mujer. Disputa inoportuna:
contra el poder del cielo no hay ninguna
razón, sino bogar donde otros fueron.

¿Y preguntas aun qué me sostiene?
La conciencia de haberlos empleado
en libertad, que es noble causa mía,

de lo que toda Europa hablando viene.
Esto del mundo vano me ha salvado:
ser ciego mas feliz. No hay mejor guía.

John Milton, Inglaterra 1608 - 1674.
Está considerado uno de los mejores poetas en lengua inglesa

Italia mia aunque el hablar sea vano (Francesco Petrarca)

 Italia mia aunque el hablar sea vano

(De: Cancionero)

Francesco Petrarca

Italia mía, aunque el hablar sea vano
a las llagas mortales
que veo en tu bello cuerpo dolorido,
quiero al menos que sean mis quejas tales
cual pide Arno toscano,
y Tibre y Po, donde hoy lloroso anido,
Señor cortés, te pido
que la piedad que te condujo a tierra
te vuelva aquí a tu amado y almo suelo;
verás, Rector del cielo,
por qué liviana causa hay cruda guerra.

Los pechos que arde y cierra
fiero y soberbio Marte,
ábralos tu Piedad, Señor, y apague;
y en ellos, aun sin arte,
haz que mi lengua tu Verdad propague.

Vosotros, a quien dio Fortuna el freno
de esta Italia granada,
por la que compasión ninguna os pliega,
¿qué hace aquí tanta extranjera espada?
¿Por qué el verde terreno
con la sangre barbárica se riega?
Un vano error os ciega;
veis poco, y os creéis ver demasiado,
pues en mano venal buscáis fe ardiente;
y cuanta es más la gente
más del rival es cada cual cercado.

¡Oh diluvio engendrado
de desiertos lejanos
para inundar nuestra campiña opima!
Si esto hacen nuestras manos
¿quién habrá que nos salve y nos redima?
Le dio Naturaleza a nuestro estado,
haciendo el Alpe escudo,
defensa ante la cólera germana;
mas ciego afán contra su bien tal pudo,
que luego ha procurado
que el sano cuerpo estrague sarna insana.
En esta jaula, hircana
fiera salvaje y grey mansa e incruenta
de modo están que siempre el mejor gime;
y, porque más lastime,
viene este mal de gente a ley no atenta,
a quien, como se cuenta,
abrió tal Mario el flanco
que aún vive la memoria de su brío,
cuando, en cansancio franco,
sangre fue el agua que bebió del río.

De César callo, quien de todo prado
bañó en sangre la hierba,
allá donde su hueste el pie ponía,
Hoy parece, ¡oh estrella ahora proterva!,
que a Dios damos enfado:
vosotros ved, pues tanto Italia os fía.


Vuestra discordia impía
gastan del mundo la más bella parte.
¿Qué culpa o juicio ordena, o qué destino
sitiar pobre vecino,
ansiar menguada hacienda incontinente,
y la extranjera gente
buscar al ver que a gusto
vierte la sangre y pone al alma precio?
A la verdad me ajusto,
que no me anima el odio ni el desprecio.

¿Y no os catáis aún, tras tanta seña,
del bavárico engaño,
que alzando el dedo con la muerte juega?
Peor siento la burla yo que el daño.
Mas vuestra sangre preña
más la campiña, pues la ira os ciega.
Pensad mientras se llega
la tercia hora y podréis ver cómo el hombre
precia al extraño cuando a sí abomina.
Gentil sangre latina,
el peso de esta carga no os asombre;
no hagáis ídolo un nombre
hinchado y sin cimiento;
que el que derrote hoy gente riscosa
a nuestro entendimiento
pecado es nuestro, y no natural cosa.

¿No es éste el lar que vi yo el primer día?
¿No es éste el nido mío
donde criado fui tan dulcemente?
¿Y no es ésta la patria de que fío,
madre benigna y pía,
que sirve de mortaja hoy a mi gente?

Por Dios, esto la mente
os mueva y con piedad miréis cada uno
las lágrimas del pueblo doloroso,
que, pues en vos reposo
sólo espera tras Dios, si de consuno
mostráis favor alguno,
virtud, no destemplanza,
tomando el arma, hará el combate breve,
que la antigua pujanza
aún Italia por sus venas mueve.

Señores, ved cuán presto el tiempo viaja
y cómo huye la vida,
y la muerte a la espalda va tras ella.
Pensad, aunque hoy viváis, en la partida,
que el alma sin alhaja
aquella última vía sola huella.

Aquí antes que aquella,
dejad odio o desdén poco cristiano,
que son para el reposo contratiempo;
y aquel que pierde el tiempo
en hostigar al otro, en más humano
acto de ingenio o mano,
en más bella alabanza,
en más honesto estudio se divierta.
Así más bien se alcanza,
y la vía del cielo se halla abierta.

Canción, yo ahora te exhorto
a que des tu mensaje cortésmente,
porque entre gente altiva que irás veo
y vicia su deseo
aquel uso ya antiguo e impertinente
de oír sólo a quién miente.
Allí, cuando en la cita
te escuchen los que aún son del bien oidores,
diles: ¿Quién me acredita?
Yo, que gritando voy: "¡Paz, paz, señores!"


La vida es sueño, Monólogo de Segismundo (Calderón de la Barca)

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