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La despedida (Johann Wolfgang von Goethe)

 La despedida

Johann Wolfgang von Goethe

Esta clásica tierra felizmente me inspira;
pretérito y presente por igual me seducen.
De los antiguos sigo el consejo, y sus obras
con mano ansiosa hojeo, y siempre en ello gozo.
Mas Amor en la noche de otro modo me ocupa,
y por poco que aprenda doblemente me ufano.
Pero ¿es que aprendo poco contemplando las formas
de esta viva escultura que mis manos moldean?
Ahora es cuando comprendo al mármol; pues lo estudio
con ojos sensitivos y con manos videntes.
Y si del día la amada alguna hora me niega,
en cambio de la noche me las concede todas.
No todo se va en besos; que también conversamos,
y cuando le entra el sueño yo despierto medito.
Más de un poema, en sus brazos, he rimado, y a fe
que tecleando en su espalda suavemente, 
escandía los latinos hexámetros. 
En tanto, ella en su plácido
sueño alentaba un soplo que mi sangre encendía.
Atizaba su antorcha Amor y recordaba
los tiempos en que al célebre triunvirato asistiera.

La hermosa noche

Abandonar debo el chozo
donde vive mi adorada,
y con paso sigiloso
vago por la selva árida;
brilla la luna en la fronda,
alienta una brisa blanda,
y el abedul, columpiándose,
a ella eleva su fragancia.
¡Cómo me place el frescor
de la bella noche estiva!
¡Qué bien se siente aquí
lo que nos llena de dicha!
¡Trabajo cuesta decirlo!…
Y sin embargo, daría
yo mil noches como esta
por una junto a mi amiga.


Johann Wolfgang von Goethe: 1749 - 1832, Alemania.

Evocación de la ciudad muerta (Abraham Valdelomar)

 Evocación de la ciudad muerta

Abraham Valdelomar

Por la ciudad en ruinas todo invita al olvido,
los viejos portalones, la gran plaza desierta
y el templo abandonado… La ciudad se ha dormido.
¡No hagáis ruido! Parece como que se despierta…

Una sombra se esfuma tras los viejos casones
y se pierde en el templo, donde ha muerto el ruido
de los lánguidos kyries y de las oraciones.
En medio del silencio de sus meditaciones
la ciudad se ha dormido…

Las escalas de mármol que ascendieran antaño
los nobles con escudos de lises y de estrellas,
oculto desde entonces tienen cada peldaño
y ahora —¡pobres escalas!— nadie sube por ellas.

Las sombras de las damas, las de venas azules
y manos transparentes, cuando agoniza el día,
lloran en los palacios decorados de gules
la tristeza infinita de las salas, vacía.

Y quedan los recuerdos que son como trofeos:
sedosos miriñaques y mitones bordados,
calados abanicos y griegos camafeos
que plegaran las vestes de los hombres rosados.

Y los trajes sedosos, brillantes como soles
que las damas lucieran en noches virreynales
enhebrados en perlas, con luces tornasoles,
largos, como las colas de los pavos reales…

Pasa, sin hacer ruido, llevando a un caballero
bajo el arco que forman los frisos de la puerta,
la calesa que guía el viejo calesero
por la empolvada ruta de la calle desierta.

Y marchan en silencio con la luna de estío
hacia el viejo palacio de los Inquisidores…
La luna, castamente se copia sobre el río
y se disipan estos cuadros evocadores.

Por la ciudad en ruinas todo invita al olvido,
los viejos portalones, la gran plaza desierta
y el templo abandonado… La ciudad se ha dormido.

¡No hagáis ruido! Parece como que se despierta…

Abraham Valdelomar: Ica, Perú, 1888 - Ayacucho, Perú, 1919

Ojos astrales (José Hernández)

x   José Hernández Si Dios un día, cegara toda fuente de luz, el universo se alumbraría con esos ojos que tienes tú. Pero si lleno de  agrio...